"Esta es solo una introducción para un libro que aún no existe; es la base de toda mi tesis. Sin embargo, mientras continúo escribiendo, mis puntos de vista y enfoques pueden cambiar. No sé adónde me llevará, pero siento la necesidad de publicarlo para presionarme un poco a seguir con el trabajo y tenerlo listo para cuando me lo planteé: antes de que termine el año."

—La naturaleza te quiere matar—. Después de decir estas palabras, todos me voltean a ver como si hubiera blasfemado y noto cómo las pupilas de todos se dilatan mientras giran la cabeza a un lado para asegurarse de escuchar con atención lo que voy a decir a continuación.

La explicación me llevó a un viaje a través de la historia de la humanidad para entender cuáles fueron los eventos que nos trajeron a donde estamos hoy, qué factores separaron a las sociedades que sobrevivieron de las que no, qué avances tecnológicos ayudaron a que hoy día estemos en la mejor época de la historia para estar vivos y qué es lo que verdaderamente importa para el florecimiento de una sociedad en todos sus aspectos.

Más importante aún, me llevó a entender mejor el desarrollo humano y su dependencia del planeta Tierra y los recursos que nos ofrece, así como la manera en que la especie humana ha sido capaz de extraer, modificar y moldear estos recursos a su antojo para impulsar el desarrollo.

Hemos demostrado que, incluso, las leyes de la física y la naturaleza no suponen una barrera para el conocimiento y el ingenio de una población que busca constantemente comodidad y placer.

Pero esto no siempre fue así. Aunque pequeños descubrimientos de hace miles de años siguen siendo relevantes, los avances más importantes en ciencia y tecnología no comenzaron sino hasta hace menos de dos siglos

Durante la mayor parte de nuestra historia, fuimos solo víctimas de nuestras circunstancias, quedando a merced del clima, las enfermedades, la desnutrición y, en el mejor de los casos, de dictadores que disponían de poblaciones enteras como piezas en un tablero.

Sin embargo, por más lejos que hayamos llegado en comparación con nuestros ancestros y por más avanzadas que estarán las civilizaciones futuras, nada se crea ni se destruye, solo se transforma, y casi nunca un objeto regresa a su forma original. Y es este principio el que hoy en día causa pánico en generaciones enteras que creen que la civilización llegará a su fin si no priorizamos los procesos biológicos de la Tierra y dejamos de manipular sus ciclos naturales.

Y, aunque cuando me planteé esta cuestión por primera vez pensé que nuestra relación con el planeta Tierra era la de una relación tóxica de amor y odio, como verán en el transcurso de los capítulos siguientes, hoy veo las cosas de manera distinta y debo incluso confesar que, al terminar mi investigación, encontré una —conciencia ambiental— que hasta hace poco no existía en mí.

Este no es un libro acerca del calentamiento global ni de la ciencia detrás de los fenómenos naturales y artificiales de la Tierra. Para eso están los expertos y las personas que han dedicado sus vidas al análisis y desarrollo de estos temas.

Lo que presento es únicamente una reflexión sobre las dificultades que la humanidad tuvo que atravesar para llegar a donde estamos hoy en día y cuál ha sido el papel de los recursos que la Tierra nos proporcionó y sigue brindando para mantener nuestros estándares de vida actuales, que están llenos de tranquilidad, prosperidad y seguridad.

Cuál es la conexión de la naturaleza con el origen de las cosas en las que nunca pensamos pero que forman nuestro día a día, como la taza en donde tomo un té mientras escribo, la tetera que calienta el agua de manera inmediata, la mesa de madera donde están mis cosas, la lámpara que me alumbra hasta casi pasada la medianoche y el calefactor que me permite no morir congelado en los menos de ocho grados centígrados que hace allá afuera.

Todo con la idea de reconciliar la preocupación actual por proteger nuestros ecosistemas con el hecho de que explotamos nuestros recursos naturales porque es lo que permite que miles de millones de personas puedan llevar una vida libre de peligros que en otra época fueron fatales.

No hablo tampoco de explotar nuestros recursos hasta el punto de no retorno ni de ignorar las preocupaciones medioambientales de grandes grupos en la actualidad, solo trato de que entendamos que cientos de millones de personas siguen estando privadas de cosas que en este lado del mundo damos por sentadas, cosas como un inodoro, agua potable, electricidad las 24 horas y una infraestructura que promueva el desarrollo de una sociedad y traiga consigo el acceso a salud, comercio y educación.

Cuál es la manera moralmente correcta de cuidar de nuestros recursos no renovables sin olvidarnos de las personas que todavía no pueden satisfacer ni sus necesidades más básicas.

Entender sobre qué está construido el mundo puede llevarnos a promover políticas realistas y accionables que cuiden al planeta, pero no se olviden de que de nada sirve salvarlo si no nos preocupamos por igual por todas las personas que lo habitan.

La buena noticia es que nada es blanco o negro. Son esos matices grises los que nos permitirán seguir trabajando para construir un mundo donde la armonía entre lo que queremos, necesitamos, podemos y no debemos nos impulse como civilización y garantice un futuro para las generaciones venideras.

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