La naturaleza te quiere matar. Puede parecer una exageración, incluso suena a blasfemia, si consideramos la reacción que recibí hace unos días cuando se lo dije a alguien. Pero no, no es una declaración errónea: la naturaleza nunca ha sido nuestra amiga, y probablemente nunca lo será.

No, esto no es un debate sobre el cambio climático ni una reflexión sobre las maravillas de la naturaleza; esos son temas para otro momento. Esta es una discusión sobre el mayor desafío que la humanidad ha enfrentado a lo largo de su historia: sobrevivir y superar las fuerzas de la naturaleza.

Estoy viviendo ahora mismo a 2 grados de temperatura. Sin la ropa y los accesorios adecuados para invierno, nadie podría sobrevivir 24 horas al aire libre. Hoy, esa ropa moderna, más accesible y eficiente que nunca, nos permite salir a la calle y llevar una vida normal, sin importar las inclemencias del tiempo.

Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que salir a buscar comida era un acto lleno de incertidumbre; los caminos estaban plagados de peligros, y si lograbas sobrevivir, la constante exposición al frío y peligros naturales acortaba tu vida de manera inevitable.

En 1800, la expectativa de vida era de menos de treinta años. Hoy en día, es de 71. ¿Cómo logramos duplicarla en tan poco tiempo? De la misma manera en que reducimos las muertes por desastres naturales, temperaturas extremas, enfermedades infecciosas y malnutrición: APRENDIMOS A DOMINAR LA NATURALEZA.

Logramos avances en tecnología, infraestructura, vestimenta y salud pública. Descubrimos cómo usar el petróleo y el gas para generar energía y calor, optimizamos nuestros sistemas de agricultura mediante la ciencia y las herramientas, y encontramos curas para la mayoría de las enfermedades infecciosas que durante milenios diezmaron a generaciones enteras.

Así comenzó el progreso: dejamos de ser víctimas de nuestras circunstancias y nos convertimos en los arquitectos de nuestro destino. Literalmente, nos volvimos constructores. Mira a tu alrededor: estás rodeado de cuatro paredes. Paredes que tienen varias capas: una exterior que nos protege del clima, un aislamiento que mantiene el calor y reduce el ruido, y una estructura interna que soporta todo el peso. Dentro de ellas, hay cables eléctricos, tuberías de agua y metales que refuerzan la edificación. Todo hecho con materiales que, hace cien años, ni siquiera existían. Y aunque hoy estos muros nos brindan comodidad, su función principal es mantenernos a salvo.

Un lujo que las generaciones anteriores nunca conocieron, y cuyo contraste sigue siendo evidente hoy en día en países en desarrollo.

Así es la casa hoy en día de una familia de 7 hijos en Nepal, que sobrevive con solo 123 dólares al mes.

En Nepal, las temperaturas pueden bajar hasta los 2 grados en invierno, y durante la temporada de lluvias, una vivienda como esta se inunda cada vez que llueve. Además, la familia enfrenta numerosos riesgos: no tienen acceso a energía, agua potable, ni un sistema de saneamiento adecuado, y carecen de aislamiento contra las inclemencias del clima. Esto los hace mucho más vulnerables a enfermedades respiratorias, hipotermia, infecciones dérmicas por la humedad constante y deshidratación por la falta de agua limpia. La ausencia de instalaciones sanitarias adecuadas también aumenta el riesgo de enfermedades gastrointestinales e infecciones bacterianas, problemas comunes en lugares sin acceso a saneamiento.

El punto es que, bajo condiciones similares, la humanidad vivió durante la mayor parte de su historia. En el año 1800, la expectativa de vida promedio era de tan solo 29 años. Para 1950, este promedio había aumentado a 46 años, y hoy en día supera los 70 años en la mayoría de los países.

Expectativa de vida en 1800, 1950, y 2015

Y esto no es casualidad. En los últimos 150 años, la humanidad ha avanzado a niveles inimaginables. Solo en las últimas cinco décadas hemos logrado más descubrimientos y avances en tecnología, ciencia y salud que en todos los siglos anteriores combinados. Un logro sin precedentes que nos recuerda que cada nuevo día es el mejor momento para estar vivos.

Pero este progreso comenzó cuando dejamos de ser víctimas de la imprevisible naturaleza. Cuando aprendimos a utilizar los recursos de la Tierra a nuestro favor, moldeando nuestro entorno para hacer nuestra vida más fácil y segura. Por supuesto, este avance ha tenido un costo ambiental, un desafío que ahora también debemos enfrentar y con el que estamos lidiando.

Pero este progreso comenzó cuando dejamos de ser víctimas de la impredecible naturaleza. Aprendimos a utilizar los recursos de la Tierra a nuestro favor, moldeando nuestro entorno para hacernos la vida más fácil y segura. Por supuesto, este avance ha tenido un costo ambiental, un desafío que ahora debemos enfrentar y con el que seguimos lidiando.

Pero mientras lo hacemos, no podemos olvidar que el planeta, con todos sus recursos naturales, sus magníficos océanos, paisajes hermosos y cielos azules, aunque es la fuente principal de nuestro sustento y la razón por la que podemos vivir plenamente, no existe para nosotros. Existe a pesar de nosotros. Y hemos sobrevivido no porque la naturaleza —que solo busca su propia supervivencia— se haya vuelo nuestra amiga, sino porque aprendimos a sobreponernos a cada reto que nos presenta.

Entender esta perspectiva nos permitirá abordar las soluciones desde un punto de vista más realista. La realidad es que mantenemos una relación profundamente conflictiva con la naturaleza, que siempre ha representado una amenaza para nuestra supervivencia: climas extremos, enfermedades infecciosas, plantas venenosas, inundaciones, sequías, erupciones volcánicas, tsunamis y una larga lista de desastres naturales que han existido desde el origen de la Tierra. Estos fenómenos han causado extinciones masivas y, aunque algunos crean que podemos controlar su frecuencia e magnitud, esto simplemente no es cierto.

Por supuesto, necesitamos un planeta habitable y debemos estar agradecidos por los recursos que nos brinda la naturaleza. Sin embargo, nuestro enfoque no debe centrarse en intentar “salvar” a la naturaleza con propuestas ambiciosas pero inalcanzables y de impacto limitado. En su lugar, deberíamos dirigir nuestra atención a las millones de personas que aún viven en condiciones de extrema pobreza, como la familia en Nepal.

O quizás podríamos enfocarnos en las más de 4.5 millones de personas que mueren anualmente a causa del frío y las 600,000 por calor. Tragedias que podrían mitigarse con medidas tan simples como garantizar mayor acceso a aire acondicionado y agua potable en regiones cálidas, o calefacción, ropa adecuada y viviendas aisladas en zonas frías. Soluciones tan alcanzables y realistas que llegan a ser aburridas y consecuentemente ignoradas por medios y políticos.

Vivimos en la mejor era de la historia, y los avances tecnológicos tienen el potencial de llegar a familias como las de Nepal mucho más rápido de lo que lo hicieron en su momento en países como Alemania. Sin embargo, debemos priorizar a quienes aún no pueden satisfacer ni sus necesidades más básicas.

Reconciliar las demandas de la naturaleza con las necesidades humanas es importante, pero centrarnos exclusivamente en lo ambiental sin atender primero a quienes sufren no solo es desproporcionado, sino también moralmente cuestionable. Cada persona merece una vida digna, protegida de los caprichos y peligros de la naturaleza.

Fuentes y Referencias

https://www.gapminder.org/dollar-street/families/family-400?topic=hand-washing

Nepal – Geography and Climate

https://nypost.com/2017/07/10/heat-death-hysteria-the-wrong-reason-to-fight-climate-change/

 

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