Querida hija, la vida se disfruta más entre amigos, o al menos eso es lo que me dicen los que tienen amigos. La vida es mucho más significativa con hijos, o al menos eso es lo que me dicen los que son padres. La vida es más hermosa contigo, o al menos eso es lo que yo le he dicho a una que otra mujer.
Si es cierto o no, no lo sé. Lo que sí sé es que los humanos vamos a intentar convencernos de lo que sea que justifique nuestras acciones, valide nuestras decisiones y al mismo tiempo nos brinde sentido más allá de lo vano e irrelevante de nuestra existencia.
Y esto no tiene nada de malo. Desde nuestra concepción, todos fuimos dotados de vacíos existenciales que motivan de manera inconsciente nuestras acciones.
La creencia de que actuamos en base a lógica y racionalidad no es más que una ilusión. Nuestros pasos son guiados por emociones que se alimentan de deseos intrínsecos que ya nos fueron determinados al nacer y solo se ven potenciados o contenidos por el ambiente en el que nos desarrollamos.
No me entiendas mal, no quiero decir que somos personas sin dominio propio; víctimas del destino. Yo soy el primero que te dirá que con fe y determinación muy pocas cosas se pueden interponer en tu camino.
Lo que quiero decir es que nadie quiere subir una montaña por el simple hecho de querer subir una montaña. Lo que buscamos es la realización, el sentimiento de plenitud que sigue después de recorrer un camino largo y pedregoso que al principio creíamos imposible.
Lo mismo con aquellos que intentan vivir tratando de enorgullecer a un padre que murió hace veinte años. No es que quieran enorgullecer a un padre que ya no está, es que dentro siguen anhelando el reconocimiento, amor y aprobación que nunca tuvieron tiempo de recibir.
Y está bien, cualesquiera que sean tus motivaciones en la vida, una vez te hagan feliz y sean sanas, hay que utilizarlas. Para ti quizás será una familia, amigos o el servir a los demás por medio de alguna causa social. Sea lo que sea, si sucede, estoy seguro de que me dirás que mereció la pena vivir.
Pero aquí lo que nadie te dice: qué sucede cuando la felicidad nunca llega. Cuando creíste que habías encontrado lo que querías solo para que cuando lo tuviste, te dieras cuenta de que no te llena. Qué sucede cuando el tiempo avanza y caminas y caminas y no encuentras la ruta que conduce hacia lo que estabas buscando.
Desde que era pequeño nunca había deseado más que tres cosas en la vida. Vivir en Europa, tener mucho dinero y construir una familia con la mujer de mis sueños. Más de 20 años después, hoy te estoy escribiendo desde mi apartamento en el centro de Europa mientras decido si el próximo mes me voy de vacaciones a Guatemala o hago un tour por Europa del Este. Como ya imaginarás, lo que todavía sigue en mi lista de pendientes es encontrar a tu mamá.
Encontrar al amor de mi vida. A la persona con quien compartir felicidades y tristezas. Quien me acepte como soy y a pesar de mis imperfecciones y mi disposición a meterme en problemas, elija quedarse, porque confía en mí.
Salir a la calle y hacerle un hijo a la primera mujer que encuentre no es algo difícil. Tampoco lo es quedarse con la primera persona que aparece en tu vida y que medio cumple con tus expectativas. Al fin y al cabo, el amor es una elección diaria.
Lo difícil es encontrar a la persona con la que quieras compartir el resto de tu vida, alguien que despierte en ti sensaciones innombrables y te dé la certeza de que es con ella con quien quieres formar una familia. Y si tienes la suerte de encontrarla y sentir todo esto, después necesitas que el amor sea mutuo y trabajar toda una vida para que la relación funcione.
¿Y es este nuestro vacío más profundo? ¿El deseo de ser amado por la persona que más amamos? No lo sé, no puedo hablar por los demás y solo puedo decir por mí, que estoy frustrado de pensar tanto al respecto. No hay nada en mi vida que me estrese tanto como esto.
¿Por qué no puedo ser como otros que parece que simplemente viven su mejor vida y no parecen cuestionarse si encontrarán al amor o si algún día tendrán una familia de la cual ocuparse?
Como aquellos que no parece que estar solos les cause ningún descontento y no sienten una cuenta regresiva frente a los ojos que avanza cada vez más rápido y que no se puede detener porque un botón parece estar roto.
Y si esta es la causa de mi desánimo, ¿quizás estaré mejor servido si en vez de renegar me pongo a buscar la raíz de la frustración y los problemas interiores que nunca arreglé y que hacen que ahora se manifiesten en esta necesidad de ser apreciado y extrañado por alguien?
¿Será que ahora que me di cuenta de que el trabajo nunca me llenará y no estoy interesado en poder ni riquezas, lo que necesito es un propósito más alto y significativo?
O quizás, con mi manía de controlar cada aspecto de mi vida esto me frustra porque es la primera vez que no puedo dividir algo en cientos de pequeños pasos que al completarlos, me acercarán cada día más a la meta.
O quizás es la preocupación al ver a otros padres por la calle con hermosos hijos, pero tan envejecidos que no logro distinguir si son los papás o los abuelos.
¿Es este acaso solo un llamado de la evolución que me dice que la supervivencia de mi especie está en riesgo y tengo que apresurarme?
O simplemente me creí la historia de que cuando tenga una familia e hijos, mi vida por fin tendrá sentido. ¿Y por qué tengo que buscar sentido en algo que quizás no existe? ¿Por qué no puedo aceptar las cosas como son?
Puedo pasar años en terapia analizando estas preguntas y quizás eso ayude a hacer la carga más liviana.
Quizás debería aprender a amarme a mí mismo primero y después preocuparme por a quién amar. Al menos eso me han dicho. Pero ¿qué tengo que amar sobre mí? ¿Quién dice que soy la gran cosa? ¿Y acaso el amor no piensa primero en los demás y segundo en sí mismo? Al fin y al cabo, si un día me siento pleno, ¿por qué querría a alguien más?
No tengo las respuestas ni todas las explicaciones. Lo único que tengo es la soledad que me invade cuando el domingo por la tarde ya no tengo tareas pendientes, las distracciones se acaban, el día se vuelve más lento y me doy cuenta de que tengo tiempo libre y no hay nadie a mi lado para compartirlo.
Como cuando regreso triste a casa porque en el camino me crucé con la mirada de una niña que desde su asiento me sonreía mientras levantaba su manita para saludarme. Porque me levantó el espíritu, pero también me recordó que no te tengo a ti, ni tampoco a tu mamá.
Siento estar caminando con una mochila invisible. No se ve, no existe, pero sientes el peso en la espalda que te incomoda en cada paso y por las noches se abre sola para desatar una lista de interrogantes que te hacen cuestionar cada una de tus decisiones y si no tienes cuidado te llega a convencer de que hay algo mal contigo.
Todavía estoy aprendiendo a lidiar con eso y cuando tenga mejores consejos, te los haré llegar. Mientras tanto, no queda más que ser paciente y aprovechar la soledad para seguir trabajando en mí para que cuando llegue el momento, me encuentre listo para ser la mejor persona, esposo y padre que sea posible.
Entretanto, seguiré aprovechando mi naturaleza imperfecta de humano para convencerme de que solo es cuestión de tiempo. De que no son carencias interiores, de que es una tormenta de amor que quiere desatarse. De que no es soledad, es que fui hecho para ser la otra mitad de tu mamá.
Y de todo lo malo, de las tristezas y los errores que hoy me trajeron a estar aquí, sin ti, con nadie, me enseñaron algo muy importante:
Que solo podré ser un buen padre para ti en la medida en que sea un buen esposo para tu mamá.
Así que siéntete libre de recordarme estas palabras cuando veas que no lo estoy haciendo bien. Lo mismo va para ti, amor de mi vida, donde sea que te encuentres.