En un mundo hiperconectado donde todos quieren ser vistos, hemos dejado de prestar atención a quienes realmente importan y aportan algo positivo a nuestra vida. Mientras nos esforzamos por obtener likes y seguidores, hay personas invisibles que esperan ser reconocidas: los abuelitos olvidados en un asilo, los adolescentes que luchan en silencio sin un modelo a seguir, familiares y amigos que luchan con sus problemas a escondidas mientras nosotros no tomamos el tiempo ni para preguntarles cómo están y que sin querer, podrían ser la clave para nuestro propio desarrollo personal.
Las redes sociales facilitaron la comunicación y la hicieron accesible para todos. Hoy mi abuelita puede llamarme desde el otro lado del mundo con dos clics y sentir que estoy enfrente de ella. Pero la tecnología, no te da sin quitarte algo primero. Por eso hoy en día plataformas como Instagram y TikTok son las responsables de haber creado la generación más ansiosa y depresiva de la historia. Porque el scrolling nunca va a reemplazar las conexiones y experiencias del mundo real.
Antes de la era de las redes sociales, vivir era más fácil. Estábamos forzados a buscar atención y reconocimiento dentro de un círculo pequeño, compuesto por familiares, amigos y maestros. Estas personas nos conocían, nos corregían y nos cuidaban en un entorno íntimo y seguro. Podíamos cometer errores sin miedo, porque sabíamos que detrás de las críticas había amor y comprensión. Además, estas mismas personas cercanas nos marcaban los estándares a los que podíamos aspirar y nos acompañaban en todo el trayecto, guiándonos cuando nos sentíamos perdidos.
Hoy el mundo cambió. Las universidades, que hasta hace un siglo ofrecían 20 opciones, ahora cuentan con hasta 300 carreras para escoger. De la misma manera, Instagram nos muestra un modelo de vida diferente detrás de cada reel y nos impone una idea globalizada de cómo deberíamos pensar, actuar y guiar nuestra vida.
Cuando aprendía a nadar, vi incontables videos en YouTube con técnicas, ejercicios y consejos para mejorar. El problema es que cada video y cada persona decía algo distinto. Aunque las bases eran las mismas, la interpretación del conocimiento variaba según el instructor, la situación y el contexto. Pero lo más importante, no se adaptaban a mis propias capacidades y experiencia. Tal vez todos tenían razón, pero escuchar a tantos al mismo tiempo solo generaba confusión.
Esto aplica también a todo lo que vemos en redes sociales. Estas nos presentan expectativas y realidades distorsionadas sobre lo que debería importarnos y a lo que tendríamos que aspirar. Aunque parezca que somos seres inteligentes capaces de diferenciar entre lo real y lo ficticio, la cultura actual demuestra que nuestros niveles de satisfacción interior nunca habían estado tan bajos.
Las tasas de suicidio nunca habían sido tan altas. Los niveles de soledad y las personas solteras están en cifras récord. La división en la manera de ver el mundo entre hombres y mujeres es cada vez más marcada. Nunca había habido tantas personas medicadas como ahora. Aunque todo esto tiene diferentes causas y no se puede culpar únicamente a las redes sociales, lo cierto es que mientras más nos conectamos con el mundo, más nos desconectamos de lo que nos rodea y, por ende, de nosotros mismos. Porque nosotros solo somos un reflejo de nuestro entorno.
Si una persona desconocida nos dicta cómo tenemos que vivir a través de mensajes cortos y cuidadosamente elaborados para cautivar nuestra atención, ¿cuándo tendremos tiempo para vivir, cometer errores, experimentar y formar nuestras propias creencias?
Aún peor: si seguimos intentando sentir emociones a través de videos y personas detrás de una pantalla, ¿cuándo vamos a experimentar la verdadera compasión que solo surge cuando tocamos las manos de nuestros semejantes o intercambiamos miradas de complicidad con alguien que ayer no conocíamos, pero a quien hoy le hicimos el día con una buena acción?
Cuándo empezaremos a ver la verdadera humanidad y a comprender las perspectivas de quienes piensan diferente si seguimos basando nuestras opiniones en lo que dice alguien que solo busca causar polémica; en lugar de ir a la fuente y tener un diálogo genuino y respetuoso, como alguna vez fue la norma.
No necesitamos ver ni escuchar con los ojos de alguien más. No somos arena que pierde su forma con cada ola. Somos arcilla, que se moldea lentamente con paciencia y cuidado, a través de constantes interacciones con la humanidad real: la cercana, la que podemos tocar y escuchar, la que nos importa, nos quiere y nos acepta por lo que somos y no solo porque sumaremos un número más en su lista de seguidores.