La semana pasada fui a patinar sobre hielo. En Guatemala no hay nieve y mucho menos pistas de hielo, así que esta fue mi primera vez patinando. Y mientras todos se divertían, reían y platicaban, yo solo intenté no caerme mientras daba un pasito tras otro. Afortunadamente, tenía a la maestra más paciente del mundo y eso hizo las cosas más fáciles y después de 2 horas de clases, al menos ya podía moverme, lentamente, pero ya podía.

Curiosamente, mientras trataba de no caerme, observaba a las más de cien personas en la arena de hockey, la mayoría adolescentes de no más de 14 años. Yo era uno de los más viejos y los únicos otros adultos estaban con niños. Me pregunté: ¿por qué solo hay jóvenes aquí? ¿Acaso patinar deja de ser interesante al crecer? ¿O los adultos no consideran el patinaje una actividad digna de su tiempo? Me sentí solo, preguntándome por qué era el único aprendiendo a patinar y exponiéndome a caídas en este punto de mi vida.

Lo que me llevó a una búsqueda para tratar de entender cuándo dejamos de aprender. Cuándo dejamos de, activamente, buscar ser mejor en algo por medio de cursos, educación formal, informal o autodidacta. Cuándo, simplemente, dejamos de esforzarnos en aprender algo nuevo de manera estructurada y con el propósito de ser mejor a mediano y largo plazo. Los resultados fueron más desalentadores de lo esperado.

En Alemania se alcanza los porcentajes más altos de personas “aprendiendo o estudiando algo nuevo” en la niñez y adolescencia, debido a la escuela. Sin la escuela, quizás ni siquiera empezaríamos a aprender. Los porcentajes van descendiendo cuando se termina la escuela pero todavía se mantienen relativamente alto entre las edades de 20-34, que es la edad en donde la mayoría todavía están en la universidad.

Después de los 30 años, cuando terminamos la escuela y salimos de la universidad, prácticamente dejamos de aprender. Y nuestro tiempo promedio para “educarnos y aprender” pasa de ser 4:51 horas a unos 26 Minutos, si tenemos suerte y pertenecemos al 9% de los que están aprendiendo algo¹.

Al llegar a los 55 años, solo 2 de cada 100 de nosotros todavía estarán aprendiendo al nuevo. ¿Por qué? Aprender es un proceso complejo que requiere voluntad, tiempo, paciencia, interés y perseverancia.

Cuando somos niños y adolescentes, tenemos el tiempo, la energía y la curiosidad para probar e intentar todo. Y en la escuela, además tenemos la obligación.

Conforme pasamos a la siguiente etapa de nuestra vida, entre la adolescencia y la adultez, empezamos a conocernos mejor y estamos más conscientes de lo que nos gusta hacer y lo que no. Inconscientemente, empezamos a hacer más de lo que nos gusta y sabemos que somos buenos y nos alejamos más de situaciones que nos hagan sentir incómodos y nos puedan exponer a una decepción.

Y mientras entramos a la adultez y eventualmente terminamos la universidad o adquirimos las cualificaciones suficientes para encontrar un trabajo propicio, estos patrones solo se refuerzan. Si no nos exponemos a hacer el ridículo en nuestros 20, o lo hicimos y ya sabemos lo mal que se siente, por qué lo haríamos en nuestros 30, 40 o 50. Si no pudimos aprender un idioma cuando éramos adolescentes y nuestra memoria “funcionaba mejor”, quién dice que vamos a poder hacerlo cuando ya estamos viejos.

Atascados en nuestra zona de comodidad

La comodidad es la mejor parte de la vida. Llegar a casa y saber que no tienes nada pendiente, que los exámenes se acabaron, que no tienes que pasar horas memorizando cosas que no tienen sentido. Ya no tener ningún compromiso que te exponga al frío, el calor, el dolor físico ni a las miradas juzgonas de otras personas. Para eso trabajamos tan duro al principio, para ganarnos esa sensación de libertad. Y no tener que exponernos a circunstancias que nos saquen de nuestra zona de confort.

Nadie quiere asumir la carga de una nueva obligación, empezar una nueva carrera de cero o buscar un nuevo trabajo. Nadie quiere la carga de registrarse en un nuevo curso al cual hay que ir varias veces por semana. Aunque existe un anhelo de crecimiento y cambio, son muy pocos los que cuentan con la pasión o el compromiso necesarios para dar ese paso y sin eso —como en la escuela— no lo hacemos.

Además, hay otra razón por la que dejamos de aprender. La falta de tiempo. De esta encuesta hecha en Alemania y países alrededor, cuando se les preguntó a las personas si estaban planeando empezar a aprender un nuevo idioma, el 21% dijeron que sí. Pero cuando se les preguntó por qué no lo hacían, el 37% dijeron que no tenían tiempo y el 32% que no estaban lo suficientemente motivados. Y en parte es verdad. Una persona que trabaja, en promedio le dedica ocho horas diarias al trabajo, más once horas entre dormir y comer. Solo dejando 6 horas diarias para hobbies, socializar, streaming y redes sociales, etc¹. En el momento que nos volvemos adultos con responsabilidades, el trabajo consume gran parte de nuestra vida. Ni hablar de si tenemos una familia. El tiempo y la energía se vuelve más escaso.

La hora de empezar a vivir

El problema viene después, cuando nos jubilamos. Cuando los hijos se van de la casa, o cuando decidimos solo trabajar parcialmente. Aprender es un hábito, un músculo que no deberíamos dejar de entrenar porque mientras más tiempo lo dejemos de hacer, más difícil será volver a retomar la capacidad para aprender cosas nuevas. Y cuando estemos listos para volver a probar nuevas cosas, nuestra zona de comfort estará tan calientita, que no vamos a querer salir de allí.

Conozco a una persona que, habiendo pasado los 50, me contó que siempre había querido aprender español. Sin embargo, nunca logra empezar, y ahora, cada vez que intenta, parece muy complicado. Otra persona me comentó que su sueño siempre fue vivir en España, pero siente que ya es demasiado tarde para aprender el idioma, adaptarse a otra cultura y encontrar una profesión. Muchas otras personas dedicaron su vida a cuidar de su familia e hijos, y cuando finalmente tienen tiempo para ellas mismas, descubren que no tienen amistades y sienten que es demasiado tarde para volver a socializar. No aprendieron cómo hacerlo y tampoco se sienten dispuestas a probar nuevas actividades que las pongan en contacto con otras personas que muy probablemente están en la misma situación y quieren lo mismo.

Lo mismo sucede con personas que están cansadas de estar solas pero no saben por dónde empezar para relacionarse con el sexo opuesto. A los hombres, siempre les digo que empiecen por aprender a bailar y después las oportunidades llegarán solas. Pero por supuesto, el proceso es largo, requiere esfuerzo y habrá momentos incómodos, lo que hace que se den por vencidos antes de siquiera empezar.

Y aunque estemos satisfechos con nuestra vida actual, todos tenemos una historia similar. Todos tenemos cosas que quisiéramos hacer y aprender. Temas en los que quisiéramos educarnos más. Actividades que sabemos nos traerían alegrías pero que por una u otra razón dejamos por un lado.

Yo siempre quise aprender ruso y he querido aprender a tocar el piano, pero como todos, siempre he tenido las excusas para no hacerlo y nunca he podido priorizar mi vida para empezar. Y quizás lo haga pronto o quizás me espere hasta que pase al siguiente ciclo de mi vida. No importa, al final del día no se trata de presumir cuántos idiomas hablas, cuántos talentos tienes, o tener una larga lista de logros y decenas de diplomas en la pared.

Se trata de vivir una vida dinámica y aspiracional, de tener una mente presente y activa, que no deja de aprender y crecer.

Los beneficios de una mente activa

Una mente activa no solo reduce el riesgo de enfermedades neurodegenerativas, sino que también fomenta la adaptabilidad y la resiliencia. El aprendizaje continuo y la estimulación mental aportan beneficios significativos a nuestra salud mental, lo que a su vez se traduce en bienestar físico y una mayor satisfacción en la vida.

Sin mencionar que cada vez que aprendemos algo nuevo, es como crear un nuevo pasillo en nuestro cerebro que lleva a un compartimento más informado. Con cada nueva gota de información, formamos conexiones neuronales que antes no existían, lo que nos ayudará a ver soluciones donde antes no las habían y nos hará mejores y más creativos en cualquiera de nuestros esfuerzos.²

La vida y el aprendizaje no siempre van de la mano. Primero aprendemos por obligación, y luego, por necesidad. Aunque todos tenemos pasiones y áreas en las que anhelamos mejorar o saber más, a menudo carecemos de sistemas que nos impulsen a seguir adelante en los altibajos de la educación.

La motivación solo nos lleva a la línea de salida, y organizar nuestra vida para encontrar tiempo apenas nos permite avanzar unos pasos. Para llegar realmente lejos, es necesario tomar distancia y ver la imagen completa. Es importarte comprender que estamos aprendiendo para la vida misma y construyendo patrones de pensamiento y acción que impactarán todos los aspectos de nuestra existencia. No se trata solo de alcanzar una meta, sino de avanzar hacia el futuro con mayor seguridad, confianza y autoestima, sabiendo que poseemos la resiliencia necesaria para cualquier desafío que la vida nos presente.

Referencias

 

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